“En tiempo de inteligencia artificial, a los médicos nos tiene que diferenciar la empatía”

Foto Vctor Carreira
Foto: Víctor Carreira.

Durante el pico de Covid-19, la médica infectóloga Florencia Cahn fue parte del comité de expertos que asesoraban al Gobierno. Hoy, de cara al invierno y como presidenta de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología (SAVE), concientiza sobre la importancia de mejorar las coberturas de la vacuna antigripal y otros virus respiratorios. A la vez, atiende a pacientes que viven con VIH, es directora de la división de vacunas de Fundación Huésped, miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI) y desde la pandemia, tiene una popular columna radial para informar a la comunidad. “Mi vida es un excel”, suele decir para definir su rutina. Pero incluso ese tipo de archivos se desconfiguran.

Por fuera de su trayectoria profesional, en su libro Yo médica, yo paciente (Paidós) nos encontramos con la narración de su historia de vida (que es también su historia clínica) y de cómo en el momento más álgido de la pandemia atravesó durísimos momentos personales, como pasar por el quirófano. Además, tuvo que procesar diferentes situaciones en el ámbito familiar, muy difíciles de sobrellevar. Todo, con la exigencia extra de investigar y también de comunicar en uno de los momentos sanitarios más extremos del país y del mundo.

“Escribí este libro con el corazón en la mano. Siento que no me guardé nada, que conté todo con mis palabras. No soy escritora ni tampoco pretendo serlo, pero puedo decir que este texto es genuino”, dijo la médica a Télam-Confiar sobre el libro, en el que también reflexiona sobre la práctica médica actual, añade fichas informativas y hasta desmitifica que la portación de apellido (su padre es el infectólogo Pedro Cahn) facilite el camino.

¿Cómo surgió la idea de escribir un libro y cuándo sentiste que tenías que cambiar de rumbo en la escritura y hablar de vos como paciente?

Con mi columna radial “Diga 33”, en el programa Perros de la calle de Andy Kusnetzoff, obtuve una visibilidad que, como infectóloga, no hubiera tenido. Por ese espacio, me conocieron y me contactaron de la editorial Paidós (Grupo Planeta). La oferta llegó a fines de 2020, cuando yo estaba como investigadora principal del estudio de la vacuna Covid-19 de Sinopharm en Argentina. Les pregunté si estaban seguros porque me costaba unir esa idea con mi persona. Me contestaron que sí, que me habían escuchado y que les gustaba mi forma de explicar. 

La propuesta inicial era escribir un libro basado en diez de mis columnas. Pero cuando todavía no terminaba de configurar el proyecto en mi cabeza, me empezaron a pasar una serie de cuestiones como paciente. Me vi en ese doble rol y pensé que eran dos caras de la misma moneda. Por lo que me pasó y por cuestionamientos que me venía haciendo sobre el sistema de salud, llegué a la conclusión de que no sumaría escribir un volumen con 10 capítulos sobre enfermedades infecciosas, porque todo está en Google, todo está escrito. 

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Foto: Víctor Carreira.

Entonces me pareció más interesante contar esta historia, que no es ninguna verdad de nada, pero es mi historia. Un recorrido en el que por dos años me pasaron muchas cosas como médica y paciente. Además, nada de lo que digo lo van a encontrar en Google, porque si bien las redes son buenísimas, hay temas que allí no toco. El proyecto inicial mutó en este libro que me llena de orgullo.

Como lectores nos enteramos que durante la pandemia, mientras formabas parte del comité de expertos, transitabas situaciones muy duras a nivel personal. ¿Cómo fue lidiar con este escenario, en el que además se sumaban los trolls?

La pandemia nos atravesó a todos, nadie la pasó bien y tratamos de sobrevivir de la mejor manera posible, pero fue muy complejo. En el libro hay un capítulo llamado “Locura doméstica”, en el que cuento este doble rol: el de madre de una hija (aún en el jardín) y de un hijo, que estaban escolarizados y que tuvieron que cambiar su forma de aprendizaje hacia el zoom, y el de especialista, con cien pedidos de entrevistas diarios en mi celular. Con mis compañeros de la SAVE y de la SADI nos dijimos: “Tenemos que salir a hablar nosotros porque si no va a salir a hablar cualquiera y van a decir cualquier cosa”. 

En ese momento tuvimos la ingenuidad de pensar que si nosotros dábamos la mayor cantidad de notas posibles, íbamos a evitar que saliera gente a decir pavadas o fake news, pero salieron igual. No dimensionamos la situación, porque aunque pareciera que fue en otra vida, hasta hace muy poco los medios hablaban las 24 horas de Covid y no había forma de que no aparecieran los oportunistas.

En cuanto a los trolls, tengo dos frases de cabecera. Una es “si haces, te van a criticar”, porque si te quedás en el sillón de tu casa nadie te va a decir nada pero tampoco te vas a sentir orgulloso de tus acciones. Y la otra es que “el que se enoja pierde”.
En un momento me pregunté cómo sacar las notificaciones de twitter, porque más allá de lo que dijera alguna gente, tenía la tranquilidad por el laburo que hago y la honestidad con la que lo ejerzo. Además la grieta y la política se metieron en el tema de la pandemia y de las vacunas, que son cuestiones de salud pública. Y la verdad, nadie sabe a quién voto, porque no importa, lo que hago no es ideológico sino un tema sanitario-técnico y lo hubiera hecho con cualquier gobierno que me hubiera convocado del Ministerio de Salud.

Además, gente que trabaja en temas mucho menos controversiales tienen sus haters y no se necesitan muchas más explicaciones para eso. Por ende, repito que lo importante es seguir con el camino de lo que uno considera correcto, poder apoyar la cabeza en la almohada y dormir tranquila.

Telam SE

También en esos momentos entraron en juego cuestiones de salud…

Sí, en el medio del tema de la pandemia, ya con las vacunas incorporadas, estuvieron mis temas de salud, pasé por el quirófano y había momentos en que me decía “¿por qué yo, que estoy recuperándome y estoy dando notas con drenajes puestos, tengo que recibir insultos de gente que ni me conoce?”.

Después me di cuenta que uno tiene que hacer las cosas sin esperar el reconocimiento de otros, más bien para estar en paz. Me basta con tener la aceptación de mis colegas, de los periodistas científicos y de un montón de gente que no conozco pero me dicen cosas como: “Durante la pandemia nos diste información que nos tranquilizaba, mientras había gente que quería asustar”.

No fue casual que hayas hablado de tu “yo paciente”, ya que señalaste que no siempre los pacientes son tomados en cuenta como participantes activos de su cuadro y no se estudia cómo acompañarlos en la espera de un diagnóstico. ¿Sentís que hay intentos para incorporar más la voz del paciente?

No puedo hablar de cómo está el programa de la carrera de Medicina ahora, pero tengo entendido que no muy diferente a cuando yo me recibí. Había algunas pocas materias donde se podía evaluar al paciente más allá de un cuerpo: salud mental, psiquiatría o salud pública, pero eran como islas en el medio del océano.

Se enfatiza en conceptos duros como síntoma, semiología, clínica, exámenes complementarios para llegar al diagnóstico y, por último, el tratamiento. Ahora todo ese recorrido de la primera manifestación hasta el abordaje de la enfermedad lo hace un ser humano que la está pasando mal, no un número de paciente o de habitación.

Entonces me parece que falta más información desde la facultad para acompañar desde otro lugar. Porque en tiempos de inteligencia artificial, ¿que nos hace diferentes a los médicos de un aparato? La empatía, que es ponerse en el lugar del otro aún sin estar en el lugar del otro.

Hablaste mucho de la importancia de las palabras. ¿Qué deuda creés que existe entre la comunicación médico-paciente y en el sistema de salud?

De la mano de lo que hablábamos de la empatía, al menos en la UBA (Universidad de Buenos Aires), tampoco se enseña sobre comunicación efectiva para hablarle a la comunidad.

Debería reforzarse la formación desde el lado humano para saber cómo actuar frente a una persona que padece una enfermedad. Por ahí no va a haber una materia llamada “empatía”, pero si te transmiten eso desde el principio y aprendés de gente que es empática, es mucho más probable que seas empático también.

Dedicás dos capítulos a la medicina vertical y la medicina horizontal. ¿Qué reflexión harías sobre la práctica médica hoy?

En el capítulo sobre medicina vertical hablo de cuando me formé y que existen instancias de aprendizaje en la carrera y en las residencias que, en muchas instituciones, tienen un régimen muy jerárquico. Tuve la suerte de formarme en lugares amorosos, pero siempre hay ciertos rangos.

Además hoy Medicina, como muchas otras carreras, está muy desvalorizada y cada vez menos gente quiere seguirla. O si la estudian, muchos no quieren hacer residencias ni guardias. Tengo casi 20 años de médica y al momento de recibirme, en 2003, no hubiera concebido la idea de no hacer una residencia.

Pero no los juzgo, porque la situación de los médicos está muy precarizada desde lo laboral y hay cierta desmotivación. Además, está la necesidad del pluriempleo: no tengo ni un solo amigo o amiga que no tenga más de un laburo.

Si de medicina horizontal hablamos, menciono al paciente con información, más empoderado. Desde la SAVE siempre queremos informar al público general para que demande sus derechos (en este caso, una vacuna) y dejar un poco de lado la situación del ‘paciente pasivo’ que espera que el médico le dé las órdenes sin más.

Pero acá también la dosis tiene que ser justa, porque si hay sobreinformación –con datos no necesariamente ciertos, que consiguieron por internet en sitios no regulados – es muy difícil desarmar una convicción errónea en el consultorio.

Ahí entra en juego el  famoso sesgo de confirmación, el “voy a buscar aquello que confirme lo que ya pensaba de antes, solo para reafirmar mis creencias”.  Por eso digo que, aún con un sistema de salud con condiciones muy precarizadas, en lugar de ver a Google como un enemigo, tenemos que tratar de conservar la instancia de comunicación con nuestros pacientes. Lo que nosotros no expliquemos lo va a explicar Google mal. Y después nos costará más trabajo desarmar esos relatos.

Además, barriste con ciertos mitos como que no siempre la “portación de apellido” beneficia. ¿Cómo fue tu decisión de ser médica y cuánto costó ganar tu lugar al punto de que hoy asesores a tu papá en tema vacunas?

Desde que tengo uso de razón me gustaba el ámbito médico, el olor a hospital y siempre acompañaba a mi viejo al hospital o al sanatorio. Ya de chica me compraba libros asociados a la medicina. Pero más de adolescente, empecé a tener más conciencia de la visibilidad de mi papá y me empecé a replantear la idea de estudiar la carrera.

Llegué a tomar un test vocacional, pero salió o Biología o Medicina. Decidí seguir Medicina en la UBA – carrera que no fue me nada fácil al punto de costarme lágrimas y angustias- y una vez recibida, no tenía muy en claro qué hacer con la especialidad. Opté por una residencia en Clínica y ahí me di cuenta de que lo que más me gustaba eran los temas de infectología.

Entonces dije, voy a hacer infectología pero lo mío va a ser diferente a lo de mi papá, con un perfil bajo. Y si bien, hoy no tengo ese perfil bajo, la vida me fue llevando por el camino de las vacunas, que es lo que me encanta. Pareciera que la infectología fuera muy de nicho, pero hay diferentes especialidades. Sigo tratando a pacientes con VIH pero el tema de las vacunas es lo que más me apasiona.

¿Cómo ves el rol de las mujeres dentro de la medicina hoy?

Si bien cuantitativamente somos mayoría, cualitativamente todavía falta. Existen desigualdades; todavía los puestos jerárquicos están más ocupados por hombres y, por  mismas responsabilidades, el salario para las mujeres es menor que el de sus pares varones. Además, existen situaciones de “micromachismos”. No hace mucho tiempo atrás, un paciente me dijo “nena”. Por supuesto, con altura, me ocupe de ubicar al señor en su lugar, pero a un varón de mi edad no le hubiera dicho nene, sino “doctor.” Aunque estamos mucho mejor, aún tenemos que lidiar con estas situaciones.

También hablás de poner el cuerpo. No sólo frente al quirófano, sino en cada uno de tus roles: mamá, médica, paciente, comunicadora, persona. ¿Cuándo sentís que ponés más el cuerpo y qué fue lo que más te costó?

En un sentido más literal, lo puse cuando me tocó pasar por el quirófano por una cirugía preventiva que fue más compleja de lo que a priori se esperaba. Pero como mamá me tocó atravesar situaciones totalmente inesperadas para la que nadie está preparado, complejas, de esas que te van curtiendo de alguna manera (su hija vive con una discapacidad). Pero es lo que nos toca y te queda ver cómo  atravesar las dificultades con el menor costo posible. A partir de marzo de 2015, por dos o tres años no podía hablar de este tema sin llorar. Y ahora puedo, tras mucho trabajo y mucha terapia para ‘surfear la ola’. Con el tiempo te acomodás a una nueva realidad, que no es la que siempre soñabas, pero es la que te tocó vivir. Y uno aprende a ser feliz con esa realidad.


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