A una década de la primera sentencia de la justicia francesa que reconoció a las víctimas de los implantes mamarios defectuosos PIP, aún hay unas 20 mil argentinas que no se incorporaron a la megademanda en los tribunales galos y están a tiempo de hacerlo, según explicó una abogada que el próximo miércoles presentará los casos de entre 100 y 300 nuevas litigantes de nuestro país.
Confeccionadas con una silicona industrial no autorizada, estas prótesis utilizadas para aumento o reconstrucción de busto en los primeros años 2000 tenían una tasa de rotura varias veces superior a la normal que, cuando se producía, permitía que ese material extraño migrara por el organismo provocando problemas de salud.
“Me explotó la cabeza, imaginé que me moría”, dijo a Télam la argentina Bárbara de Amonarraiz sobre el momento en que se enteró de la rotura masiva de implantes PIP como los que ella tenía puestos.
“Lo primero que hice es fijarme la fecha de la operación, que coincidía con la fecha que decían en la radio”, dijo a Télam la mujer de 63 años, que es una de las víctimas argentinas que ya obtuvo una indemnización provisoria en la Justicia francesa.
“Sentía que tenía en mi cuerpo una bomba de tiempo”
Bárbara de Amonarraiz, una de las mujeres argentinas que forma parte de la demanda colectiva internacional por la colocación de implantes mamarios PIP defectuosos, recordó el pánico que sintió cuando se enteró que estaban rellenos con un producto adulterado y dijo que pensó que se moría: “Estallé en llanto y me desesperé porque sentía que tenía en mi cuerpo una bomba de tiempo”.
La mujer que hoy tiene 63 años tuvo que hacerse un recambio mamario en 2007 y por consejo de su cirujano plástico decidió colocarse “unos (implantes) nuevos, mejores, franceses” que, según confiesa, le “arruinaron la vida” ya que tuvo que someterse luego a varias cirugías y procedimientos médicos ambulatorios para drenar seromas y padeció trastornos psicológicos por sentir que “podía morir en cualquier momento”.
En el final de la década del 80, Amonarraiz era una joven oficinista que sentía que “para ser más linda necesitaba un mayor tamaño de busto” por lo que decidió realizarse una mamoplastía de aumento y luego de buscar referencias llegó a un cirujano plástico “muy recomendado”.
“Héctor Méndez me puso los implantes, después me hizo otros retoques y se convirtió en mi cirujano de cabecera”, relató en diálogo con Télam la mujer que hoy se arrepiente de no haberse dado cuenta “que era hermosa como estaba”.
Amonarraiz hasta 2007 tenía implantes mamarios fabricados en Inglaterra, pero como consecuencia de un accidente doméstico uno de ellos se rompió y como debía extraerlos su cirujano le recomendó reemplazarlos por “unos nuevos, mejores” que venían de Francia.
“Me ofreció los mejores del mundo, son franceses, repetía”, apuntó la mujer y enfatizó en que “confiaba plenamente en él”, porque consideraba que “lo que estaba haciendo también era cuidando mi salud”.
Amonarraiz y su marido decidieron dejar su hogar del barrio porteño de Caballito para emprender un negocio turístico en Monte Hermoso y fue en uno de esos viajes desde la Capital Federal a la ciudad balnearia que escuchó por la radio lo que había sucedido con los implantes PIP y la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de removerlos.
“Me explotó la cabeza, imaginé que me moría”, relató la mujer con lágrimas en sus ojos e insistió: “Estaba segura de que me iba a morir, estallé en llanto y me desesperé porque sentía que tenía en mi cuerpo una bomba de tiempo. Llegué a mi casa y lo primero que me fijé fue la fecha de la operación y coincidía con la fecha que decían en la radio”.
“Llamé al médico para explicarle la situación y pedirle el número de serie. Me contestó que no atendía más y que había cerrado la clínica”, recordó y ahí comenzó un derrotero de idas y vueltas de consultas médicas que la llevó a un nuevo cirujano: Alberto Ferriols, quien realizó el recambio de prótesis.
“Empecé a ver en televisión a distintas personas afectadas y di con Débora Roilette, una abogada francesa que vivió mucho tiempo en Argentina y que se puso al hombro la demanda, nos ayudó un montón”, contó, y aseguró que la ayudó a cambiar su forma de pensar estar en contacto con otras mujeres que vivieron situaciones similares.
La mujer remarcó que cuando decidió hacer cada una de las cirugías investigó y buscó recomendaciones, además de pagar honorarios y operarse en clínicas y con cirujanos “de primer nivel” a los que les confió su vida y no le fue bien.
“Hoy pienso que lo más importante es la salud, ya no la belleza y lo único que recomiendo a quienes se hicieron intervenciones es que no tengan vergüenza, hay muchas mujeres que tienen algo en el cuerpo que las puede matar y necesitan saberlo, pero también tienen que reclamar lo que les corresponde, es su derecho”, enfatizó.
Tras el implante de las PIP, durante cuatro años a Amonarraiz se le producían seromas, que es la acumulación de líquido por la remoción de tejido, lo que solucionaba con la práctica de drenajes en centros sanitarios. Además debió someterse a otras seis intervenciones correctivas que le dejaron cicatrices y aún así no logró alcanzar la simetría que buscaba.
“Mi marido me abandonó, invertí muchísimo dinero en las distintas operaciones y vivo a 700 kilómetros de mi familia, la verdad que no, no encontré lo que buscaba, pero intento seguir adelante y por eso espero ganar la demanda y con eso lograr una mejor calidad de vida, tal vez ver a mi familia o hacer un viaje”, concluyó la mujer.
La megacausa
Esta megacausa por daños y perjuicios, inédita tanto por la cantidad de demandantes -más de 30.000 sobre un universo potencial de 500.000- como por el hecho de que las víctimas residan en 60 países adonde se exportaba el producto, se inició con el denominado “escándalo de los implantes PIP”, las populares prótesis mamarias rellenas de gel de silicona fabricadas desde 1991 por la firma francesa “Poly Implant Prothèse (PIP)” que llegó a ocupar el tercer lugar de ventas a nivel mundial.
“Es un juicio de muchos años en el que de a poco fuimos viendo cómo se abrió un camino para las víctimas y hoy podemos decir que ha tenido un desarrollo positivo para nosotros”, dijo a Télam Déborah Gignoli Roilette, del estudio DGR, especializado en derecho comercial internacional que representa a miles de víctimas en todo el mundo.
Los implantes defectuosos
El huracán se desató en 2009 cuando la Agencia Francesa de Seguridad de los Productos Sanitarios (Afssaps) -la Anmat de Francia- constató un aumento anormal del número de roturas prematuras en estas prótesis.
Un año después, las autoridades sanitarias francesas suspendieron la comercialización, distribución, exportación y uso de los implantes mamarios PIP tras comprobar que desde 2001 la firma venía rellenando sus productos con un gel distinto al declarado: en vez de silicona de uso médico habían empleado una de uso industrial 90% más barata pero no apta para humanos.
Sin embargo esas prótesis defectuosas habían pasado con éxito el control de calidad de la empresa certificadora alemana TÜV Rheinland que, después se demostraría, tuvo comportamiento negligente.
Para entonces, PIP había vendido alrededor de un millón de estos implantes defectuosos alrededor del mundo y unos 500 mil de ellos ya estaban dentro de cuerpos femeninos.
La alarma la habían dado las usuarias que presentaban desde inflamación de los ganglios, infecciones y fiebre crónica, hasta embolias y -presuntamente- cáncer de mama.
“Yo tengo clientas que se la pasan teniendo fiebre, otras que tuvieron embolia pulmonar porque la silicona migró en el cuerpo y, lamentablemente, también tuvimos mujeres que evolucionaron con cáncer, en las cuales es altamente probable que haya una relación con la rotura porque la silicona no puede estar en contacto con el cuerpo humano”, sostuvo la abogada.
Cuando en 2011 falleció de cáncer de mama una mujer de 53 años con antecedentes de rotura de prótesis PIP y se inició una investigación por homicidio involuntario, las autoridades francesas recomendaron a las ciudadanas con implantes PIP su extracción y reemplazo.
“Yo tengo clientas que se la pasan teniendo fiebre, otras que tuvieron embolia pulmonar porque la silicona migró en el cuerpo y, lamentablemente, también tuvimos mujeres que evolucionaron con cáncer, en las cuales es altamente probable que haya una relación con la rotura”Déborah Gignoli Roilette
Días después, la Anmat adoptó la misma interdicción y recomendó a quienes las tuvieran colocadas, someterse a controles periódicos. En ese momento se estimó que en Argentina se habían implantado prótesis mamarias PIP posiblemente defectuosas a unas 20 a 25 mil personas.
Para entonces, a los daños físicos se sumarían los psicológicos y patrimoniales en las mujeres afectadas de todo el mundo, muchas de las cuales no estaban en condiciones económicas de afrontar una nueva operación quirúrgica, que oscila entre los 3 y 4 mil dólares.
En la Justicia
En paralelo, el derrotero judicial en búsqueda de reparación avanzaba en diferentes frentes. El 14 de noviembre de 2013 la Justicia comercial francesa condenó a TÜV por los daños físicos y psicológicos causados a 1.500 usuarias de PIP concediéndole a cada una indemnización provisional de 3.000 euros, al tiempo que abrió la posibilidad de que las mujeres afectadas en el extranjero pudieran reclamar.
Un mes después, un tribunal penal de Marsella condenó al dueño de PIP -Jean Claude Mas- y a cuatro directivos de la firma a penas de prisión de hasta cuatro años por “fraude y engaño agravado” y ordenó el pago de una indemnización a las víctimas.
Dado que PIP fue liquidada en 2011 mientras que TÜV es una empresa líder con actividad en 60 países y una facturación de 2.500 millones de dólares anuales, los reclamos se dirigieron a esta última y, tras la demanda colectiva inicial, se iniciaron otras cinco con un estimado de 20 mil víctimas accionando contra la certificadora.
Después de algunos reveses en segunda instancia, en mayo de 2023 la Corte de Casación francesa -el máximo tribunal del país- “confirmó definitivamente” la responsabilidad de TÜV y ordenó pericias judiciales para determinar el monto definitivo de las indemnizaciones.
“La empresa TÜV Rheinland no cumplió con sus obligaciones de control, prudencia y vigilancia en el ejercicio de su misión profesional y su responsabilidad profesional quedó demostrada”, dijeron los jueces en su veredicto.
Es altamente probable que se presente una sexta demanda colectiva dada la cantidad de víctimas que aún no reclamaron a nivel mundial y que la mayoría de los casos no están prescriptos para la legislación francesa.
Hasta ahora 30 mil mujeres cobraron la indemnización provisoria, pero sólo un puñado recibió la definitiva por montos que van entre 8.000 y 40.000 euros. La perspectiva es que todas las que logren demostrar que tienen o tuvieron un implante PIP en sus cuerpos se hagan acreedoras de una reparación.
Por otro lado, es altamente probable que se presente una sexta demanda colectiva dada la cantidad de víctimas que aún no reclamaron a nivel mundial y que la mayoría de los casos no están prescriptos para la legislación francesa.
“En Francia la acción para pedir indemnización por daño corporal prescribe recién 10 años después de la ‘consolidación’, es decir, después del momento en que dejan de producirse síntomas evolutivos. Así que una mujer que todavía tienen un nódulo de silicona que no se lo pudo sacar aunque se haya puesto la PIP en 2003, todavía está a tiempo para pedir justicia”, dijo Gignoli Roilette.
La abogada explicó que el próximo miércoles hay una audiencia en el marco de la quinta demanda colectiva en la que se incorporarán cientos de nuevas víctimas y “entre 100 y 300” de los nuevos ingresos serán de argentinas.
El bufete francés que representa a la mayoría de las demandantes argentinas, el Estudio DGR, está impulsando en Argentina la campaña #AunEstasATiempo con la que busca concientizar a posibles víctimas, informar sobre la causa e invitar a quienes recibieron este tipo de prótesis a unirse a la demanda internacional sin necesidad de viajar ni de realizar una inversión monetaria.
Más información vía WhatsApp al +54911 3076 2737.
“Durante dos años reemplazamos ocho pares de implantes mamarios PIP por día”
El cirujano plástico Guillermo Blugerman, que en la primera década de los 2000 utilizó implantes mamarios PIP en cirugías de aumento o reconstrucción de busto sin saber que eran defectuosas, recordó que reemplazaron “hasta ocho pares de implantes por día durante dos años” como consecuencia del escándalo de las prótesis adulteradas por la firma francesa y certificadas por una controladora alemana.
“Fuimos engañados cirujanos plásticos de 60 países”, dijo a Télam el especialista en relación a la empresa Poly Implant Prothèse (PIP) pero también a la certificadora TÜV Rheinland que entre 2001 y 2010 avaló la calidad de unas prótesis rellenas con silicona industrial no aptas para el uso médico y con una tasa de rotura muy superior.
El médico explicó que en su momento confió en este producto porque “tenía todos los certificados habidos y por haber que respaldaban su calidad” ya que estaban “avalados por el estado francés y la Comunidad Europea y sobre todo, por una compañía alemana que hacía el control de la calidad”.
“Yo tuve la oportunidad de visitar la fábrica antes de empezar a utilizarlos y para el ojo de un cirujano como yo, no de un técnico avezado, cumplía aparentemente con todos los parámetros necesarios. Y entonces yo confié y empezamos a utilizarla”, dijo.
“Durante los primeros años los resultados fueron espectaculares y las pacientes estaban muy contentas pero, con el paso de los años, empezamos a notar algunos casos de ruptura precoz del implante, es decir, implantes que regularmente duran más de 10 años, empezaban a romperse al año y medio o dos años”, agregó.
Cuando en 2010 se desató el escándalo porque la Agencia Francesa de Seguridad de los Productos Sanitarios (Afssaps) suspendió la comercialización y uso de los implantes mamarios PIP tras comprobar que la firma había rellenado sus productos con silicona industrial no autorizada, Argentina – junto a muchos otros países- se sumó a la prohibición.
“Lo primero que hicimos fue contactar una por una a las más de dos mil pacientes que habíamos operado esos años para controles. Muchas nos decían: ‘doctor, yo estoy perfecta, no quiero tocarme, estoy muy feliz’, pero nosotros las conminábamos a que vengan porque realmente podía haber una bomba de tiempo en su cuerpo; no sabíamos qué producto tenían dentro del implante”, recordó.
En el caso de sus pacientes, los problemas más graves consistieron “en la migración de parte de esta silicona rota hacia ganglios de la axila” pero no tuvieron casos de migración a todo el organismo o a zonas alejadas del punto de colocación como le ocurrió a la modelo Silvina Luna aunque con otra sustancia, el polimetrilmetacrilato.
“Cuando pasó esto, y a pesar de no ser culpables, decidimos ‘ponerle el pecho a las balas’ sacrificando nuestro tiempo y nuestro dinero para cambiarle los implantes a toda aquella paciente que quisiera hacerlo y ellas sólo ponían el implante”, contó Blugerman.
“Y así durante casi dos años estuvimos cambiando hasta ocho pares de implantes por día y aún hoy, después de más de 10 años, siguen apareciendo pacientes para cambiar sus implantes en nuestro centro médico, porque dimos la cara”, agregó.
Blugerman contó que, como muchos otros cirujanos y distribuidores, él también demandó a TÜV.
“Los cirujanos al principio nos sentíamos en parte culpables por haber sugerido el uso de este implante, pero después dijimos ‘realmente nosotros también somos víctimas porque confiamos en la salud pública francesa, en la empresa alemana que hacía los controles, confiamos en el Anmat’. Decidimos presentarnos como demandantes y el juzgado de Francia nos reconoció como víctimas”, dijo.