Edgardo Dib: "Creo que la psiquis de Hedda supera lo femenino y habla de lo humano"

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El teatrista Edgardo Dib, responsable de la dirección en la versión libre de “Hedda Gabler”, de Henrik Ibsen, que el sábado llegará a la sala Marechal del Teatro Municipal 1° de Mayo de la ciudad de Santa Fe, dentro del ciclo “El TNC produce en el país”, considera que “la psiquis y la emocionalidad de Hedda superan lo femenino y hablan de lo humano en general”.

“Ibsen elige ponerle de título a este clásico el nombre de la protagonista. Contundente hecho, un nombre propio que gana dimensión metafórica al verse la obra. Ya no se trata de una mujer en particular sino de las mujeres ‘Hedda’ y –por qué no– de los hombres ‘Hedda’”, postula Dib durante una entrevista con Télam.

El director santafesino encargado de esta puesta coproducida con la Municipalidad local, apunta que “si debiera señalar un rasgo distintivo de esta propuesta es la concepción espacial simbólica. Un espacio escénico central y el espacio de espectadores en cruz que ve lo que sucede desde distintos ángulos”.

Dib añade que el espacio escénico es el salón de la casa Tesman y el público está “dentro” de ese ámbito. Aun tratándose de la sala hay dispositivos escénicos que tienen carácter simbólico y no realista. No hay mobiliario decimonónico sino una austera y contundente presencia de esos dispositivos que tienen más que ver con la “cabeza” de Hedda que con la realidad.

“Un elemento de la obra original, el ventanal, toma protagonismo y es motivo de conflicto escénico e hiperbolizado. El adentro y el afuera. La luz y la oscuridad. Lo que se ve y lo que se oculta. Lo que es correcto decir y lo que no está bien visto. La famosa ‘doble moral’ ibseniana”, abunda el director sobre la obra cuyo elenco integran Carolina Cano, Sergio Abbate, Ruben Von Der Thüsen, Raúl Kreig, Luciana Brunetti y Luchi Gaido.

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– ¿Qué acerca el feminismo de hoy a ese asunto finisecular?
– Desde mi primera labor como director a los 21 años –allá por 1991– la figura femenina ha cobrado protagonismo en mis trabajos. Esté o no en boga el feminismo. Nunca hice un espectáculo que subraye o señale en modo explícito lo que la actualidad vocifera, demanda, necesita, esconde. No entiendo el arte de ese modo; por suerte el teatro nos da la bondad y la hondura de la metáfora. Claro está que uno, como artista, escribe y dirige desde sus coordenadas de tiempo y espacio y no escapa de lo inmediato. De algún modo puede percibirse en el hecho artístico.

– ¿Cómo se vincula Hedda con la Nora de “Casa de muñecas”, escrita varios años antes? Si la rebeldía es parecida, ¿no será como “aquello que no conté en…”?
– Creo que “aquello que no conté en…” lo descubro más en el personaje de la “pequeña” Thea Rissing que en Hedda. Thea tuvo la valentía y la lucidez de escapar de su matrimonio. Abandonarlo todo e ir tras un proyecto de vida y de amor. Para mí, el viejo Henrik nos cuenta al oído: “Che, esto podría haberle pasado a Nora después del portazo”. Nora cierra una puerta y desaparece tras ella; Hedda está entre dos puertas. Una, que la ingresa al sistema social en el cual fue criada y añora. La otra, la nueva, la de la huérfana, la de reconstituirse o hundirse en su propio abismo. Hedda es valiente como Nora. Ella no lo sabe bien, creo. Lo sabemos quienes la vemos; pero a diferencia de Nora, Hedda no se deja abrazar por nosotros, no nos permite acunarla en nuestro interior. Nos interpela, nos señala, nos distancia, nos maldice.

“El adentro y el afuera. La luz y la oscuridad. Lo que se ve y lo que se oculta. Lo que es correcto decir y lo que no está bien visto. La famosa ‘doble moral’ ibseniana”

– ¿Qué haría y quién sería Hedda Gabler en Santa Fe hoy?
– Hedda Gabler… en Santa Fe. Yo vengo de una niñez en los 70 y una adolescencia en los 80. Mi papá era un médico muy prestigioso, y un gran hombre. Con mi mamá conformaban un matrimonio reconocido y querido en restaurantes, bares, negocios, en la peatonal. Hoy, me siento delante de un médico joven y no sabe quién fue mi papá. Eso duele. Pero en aquellos tiempos la mirada social estaba muy en la superficie: la mirada de los otros. Y con ellos, un niño o un joven gay –sin saberlo yo aún– que sentía lo filoso de aquel mirar. Hoy le pusieron nombre a lo que sufrí tan intensamente: “bullying”. No me importa esta nominación porque aún sigue doliendo.

– ¿Creés que con esta obra Ibsen inaugura un “teatro del spleen” que floreció a principios del siglo XX y llega incluso hasta obras como “Amanda y Eduardo”, de Discépolo?
– La palabra “spleen” sobrevoló en algún que otro ensayo. Me gusta la mención. Además, porque me remite amorosa y pesadamente a “El spleen de París” de Baudelaire. Un título que siempre me golpeó en el pecho. Tengo una vaga imagen de Carolina Fal, vestida de rojo creo, dejando caer su cuerpo con la irritación del aburrimiento en la puesta de “Amanda y Eduardo” firmada por Roberto Villanueva. También me lleva al “spleen” de Elena Adréievna de “Tío Vania” y su sangre de sirena en las venas que no logra sacarla a borbotones para arrasar con un aburrimiento endémico. Ibsen se atreve a contarnos cómo padece un ser humano su inmovilidad, su falta de pulsión. O cómo las pulsiones vitales o tanáticas friccionan en severas revoluciones internas a tal punto que nos hundimos en un nórdico mar helado. Nora se va, dando un portazo a su “spleen” de alondra y almendras escondidas. La Señora Alving (“Espectros”) enfrenta el “spleen” de la morfina de su hijo que fallece en sus brazos. Y Hedda… es Hedda. Combativa pero herida. Violenta pero frágil. El “spleen” de un furioso desconcierto. Ese manto gris, translúcido y pesado, cae sobre esta humanidad contemporánea: los rostros en las calles, la soledad en los bares, las siluetas tras las ventanas. Y el teatro –el arte todo – lo recoge como “fragmentos de un arco iris roto”, según dice el personaje de Tom en “El zoo de cristal”.


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