Fagoterapia, una antigua estrategia que puede hacer frente a la resistencia antimicrobiana

Foto Alejandro Santa Cruz
Foto: Alejandro Santa Cruz.

Hay una crisis que ya está presente y que promete agravarse: la llamada resistencia antimicrobiana (RAM), que ha dejado fuera del juego a muchos medicamentos antes eficaces frente a numerosas infecciones. El uso inadecuado y exagerado de antimicrobianos es el principal factor que explica esta resistencia.

“Es un problema grave de salud pública -explica Leda Guzzi, médica infectóloga integrante de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI)-. En 2019, murieron 1,27 millones de personas en el mundo a consecuencia de la RAM, la mayor parte en países en vías de desarrollo, y de no mediar intervenciones en 2050 podría ocasionar hasta 10 millones de muertes en un año, más que el cáncer o los accidentes de tránsito”.

Junto con las más modernas tecnologías y avances en el campo de salud, a veces en cambio es sólo cuestión de revivir viejos métodos ya probados en otra época y advertir que tienen más para dar.

Es el caso de la fagoterapia, los fagos o los bacteriófagos, que no son otra cosa que virus que infectan bacterias. A mitad de camino entre los organismos vivos y la materia inerte, estos parásitos bacterianos son las entidades con más presencia en la biósfera. Y debido a su capacidad natural para combatir bacterias, podrían convertirse en grandes aliados de los antibióticos para tratar infecciones allí donde ningún fármaco conocido ya hace efecto.

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Los fagos fueron descubiertos por un bacteriólogo inglés, Frederic Twort, y la primera referencia bibliográfica data de 1917. Félix D’Herelle, un micólogo franco canadiense, comenzó a utilizarlos con fines terapéuticos.

“Durante muchos años los fagos fueron la única opción antimicrobiana. Pero en 1928 Alexander Fleming descubrió los antibióticos y la fagoterapia cedió al brillo de este nuevo descubrimiento -reflexiona Leda Guzzi, que es infectóloga de la Clínica Olivos y del hospital Santa Rosa de Vicente López-. Las investigaciones sobre fagos continuaron en Europa del Este, pero se publicaron en idiomas diferentes del inglés, y no fueron de fácil acceso para la comunidad científica internacional. Recién en las últimas dos décadas, la medicina occidental volvió a poner la mirada sobre ellos, como posible alternativa frente a la resistencia microbiana.”
Los fagos, como muchos medicamentos modernos de diseño, poseen en cambio la capacidad natural de dirigirse a targets o dianas específicos.

“Tienen predilección por algunos géneros bacterianos y en general por una cepa bacteriana -enfatiza Guzzi-. Esto significa que todas las bacterias pueden ser atacadas por un fago específico. Puedo buscar los fagos y encontrar un fago contra una bacteria. Por ejemplo, contra las productoras de Carbapenemasas, que causan las infecciones con mayor multiresistencia a antibióticos. Los fagos están presentes en ríos, lagos, océanos: se recolectan de muestras ambientales, en cuerpos de agua, en ríos, en excretas, en aguas residuales de hospitales y sanatorios, ahí podemos encontrar los fagos que probablemente sean activos contra las bacterias multirresistentes”.

“Además de la exquisita especificidad de los fagos por sus blancos bacterianos, tienen la particularidad de no afectar la flora comensal ni las células de los mamíferos, es decir, no dañan las células del huésped -describe Leda Guzzi-. Tienen también la capacidad de autoamplificarse en el sitio de acción: se van formando nuevos fagos que producen enzimas llamadas endolisinas que siguen destruyendo bacterias. Por lo tanto, se puede utilizar una monodosis o una dosis menor y alcanzar un buen efecto terapéutico. Algunos de ellos son capaces de degradar las biopelículas, un gran problema en salud porque muchos de los dispositivos que utilizamos en las prótesis de cadera o los stents se rodean de biofilms que albergan bacterias y en esos lugares es difícil la penetración de los antibióticos, algo que sí logran los fagos”.

Foto Alejandro Santa Cruz
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Las ventajas no terminan aquí: los fagos también son capaces de actuar en forma conjunta o sinérgica con los antibióticos y devolver la sensibilidad de estos fármacos contra las infecciones bacterianas que se busca combatir.

“Coevolucionan sobre sus huéspedes -indica la infectóloga-. El blanco bacteriano desarrollará resistencia pero el fago tiene capacidad de adaptarse a esa resistencia y volverse activo contra esa bacteria nuevamente, es decir, pueden modificarse genéticamente para aumentar la especificidad”.

Con un panorama tan esperanzador, la inquietud por saber cómo podrá el mundo disponer de estos organismos tan abundantes en la naturaleza se hace inevitable.

“Lo más costoso es la purificación y filtración y el estudio que permite la secuenciación genética para determinar sus propiedades terapéuticas -explica Leda Guzzi-. Después, deben conservarse en biobancos para tenerlos disponibles, hacer testeos para determinar si son sensibles a las bacterias a tratar y determinar además si hay sinergia con los antibióticos, es decir, si se logra una actividad mayor que usando el antibiótico solo o el fago solo. Una vez que todo esto se determina hay que establecer si la solución es estéril para que su administración -que puede ser intravenosa, vía oral, intraarticular o intra ósea, mediante catéter- sea segura”.

Foto Alejandro Santa Cruz
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En Argentina, comenta la infectóloga, ya existen laboratorios trabajando con fagos en el ámbito del Conicet. Por ejemplo, el que dirige la científica Leticia Bentancor.

“En EE.UU, Francia, España y Reino Unido se están desarrollando y se utilizan pero en el marco de estudios clínicos o en casos compasivos -puntualiza la infectóloga-. Estos ensayos no son fáciles y han limitado la posibilidad de obtener resultados científicos, reproducibles. En infecciones difíciles de tratar, asociadas a implantes endovasculares, protésicos y pie diabético han mostrado una eficacia de alrededor del 70% usados junto con antibióticos y tasas de erradicación bacteriana de hasta el 86%. Pero falta evidencia todavía para que funcione como terapia standarizada”.

La excepción dentro del concierto europeo es Bélgica, donde se logró un marco regulatorio más flexible a través de preparados magistrales, ya que los fagos no son medicamentos en el sentido estricto sino moléculas no estáticas, agentes biológicos.
Las investigaciones del profesor Jean Paul Pirnay, del Centro de Producción de Fagos del Hospital Reina Astrid en Bruselas aporta resultados y bibliografía. Y en ese Centro, precisamente, es donde la infectóloga argentina Leda Guzzi realizó una especialización.

“Hasta ahora no ha habido interés de la industria farmacéutica, y una de las razones es que los fagos no se patentan -explica la infectóloga-. Se podrían patentar los productos de los fagos, las endolisinas. Otra característica especial es que es una terapia personalizada y tiene que hacerse pensando en cada paciente. En Argentina tenemos la tecnología y el recurso humano para producirlos localmente, pero hay que montar el laboratorio, hace falta una inversión. La mayoría de los centros han surgido de ámbitos públicos. Acá todavía no se han usado, pero es cuestión de tiempo. Hay necesidad, hay pacientes con infecciones intratables. Es una estrategia que realmente vale la pena”.


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