La vida después de la Antártida, la experiencia de familias que invernaron en Esperanza

Foto Leo Vaca
Foto: Leo Vaca.

Las familias que invernaron en la base antártica argentina Esperanza emprendieron el retorno a sus hogares en el avión Hércules C-130 desde la base Marambio a Río Gallegos, tras haber sido transitoriamente alojadas en el rompehielos ARA Almirante Irízar (RHAI) hasta la madrugada de este martes.

El agradecimiento de haber vivido una experiencia “única”, por invernar un año en la Antártida, la emoción de volver a comer una naranja y la incertidumbre de volver a empezar, son algunas de las sensaciones que expresaron adultos, niños, niñas y adolescentes que emprendieron el regreso.

Se trata de siete familias con un total de 12 niños y niñas, 4 adolescentes y 2 jóvenes, en un rango etario de 5 a 20 años.

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A las 3 de la mañana las familias ya estaban listas con sus equipajes en la cubierta de vuelo del Irízar para tomar el helicóptero Sea King que los trasladó hacia Marambio.

Tras arribar las dotaciones de las bases transitorias Brown y Decepción a la Base Marambio, las familias subieron al vuelo que partió cerca de las 7 de la mañana rumbo a Río Gallegos donde realizarán un trasbordo en otro vuelo para llegar a la base aérea de El Palomar, informó a Télam el vicecomodoro Damián Rizzo.

En simultáneo, el Irízar realiza desde este martes el aprovisionamiento de insumos para pasar el año en Marambio, que consta de combustible aeronáutico, gasoil, repuestos y alimentos, agregó.

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Se estima que la operación desde el RHAI hacia la base durará entre cinco y siete días, precisaron en el buque.

Desde el sábado, el Irízar se revolucionó con la presencia, las risas, los juegos y las ocurrencias de las niñeces correteando en el puente de observación.

La dotación saliente de Esperanza es como una gran familia.

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Lo primero que pidieron chicos y adultos al embarcar fue comer fruta.

“¡Me encanta la mandarina! ¡A mí la manzana! ¡Banana! ¡¿Hoy hay naranja?!”, así conversaban los niños de Esperanza, dispuestos en uno de sus almuerzos en el buque.

En la Antártida solo perduraba la fruta enlatada: cóctel (tipo ensalada de frutas), durazno, pera y ananá.

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“Los chicos exploran, preguntan qué hay de comer y hoy les vamos a dar la sorpresa de que hay naranja de postre, pero las tuvimos que dejar en la heladera para que no las comieran antes”, dijo Cristian Cisnero, de Río Grande, Tierra del Fuego, uno de los encargados de servir el almuerzo en el comedor del buque.

“Se re emocionaron por las manzanas también, y muchos juegan Minecraft, un juego pixelado en el que el jugador puede comer manzanas. Decían que las manzanas amarillas eran las doradas, que son las que ‘les da vida y energía en el juego’”.

A Felipe Flores Menéndez, de 7 años, al comer la primera manzana después de un año sin probar fruta fresca se le cayó un diente y “el ratón Pérez llegó hasta la Antártida”, afirmó.

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“Ninguno de mis tres hijos ni nosotros nos enfermamos en la Antártida en todo el año”, contó la docente Dahiana Tevez Moreno, quien además fue directora de la Escuela N°38 Presidente Raúl Alfonsín en la Antártida, durante todo el año pasado.

“No hay virus”, agregó por su parte Gustavo Gallardo, encargado de mantenimiento saliente de la Base Esperanza y padre de dos niños con los que invernó junto a su esposa, quien también participó de la radio y dio clases de catequesis.

“Vivir en la Antártida fue una experiencia única. Lo que me divertía más era jugar en la nieve, construir bunkers”, destacó Nicolás Pereyra a Télam.

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Y su amigo Uriel Gallardo, de 6 años, agregó que “cuando se congelaba la nieve, cavábamos atrás de las casas, se armaban montañas y hacíamos un iglú”.

También, Stefano Cordero Scandolo (13) compartió que “caminamos por el mar congelado con las precauciones para no alejarnos mucho de la costa y que no esté muy blando el suelo”.

En tanto, Nahuel Gallardo, de 11, contó que su experiencia fue “muy única” porque jugó a la pelota con sus amigos en la nieve: “Hacíamos mundiales, todos versus todos, con chicas y chicos”.

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“Lo que queda en mi recuerdo y en mi corazón es que tuvimos una radio en la que todos los niños participamos”, resaltó Nicolás, y Cordero Scandolo coincidió que lo que más le gustó de la Antártida fue jugar en la nieve y participar de LRA36 Radio Nacional Arcángel San Gabriel, coordinada por el radio operador del Comando Conjunto Antártico (Cocoantar) que invernó durante 2023 y trabajó desde Base Esperanza, Juan Benavente.

Allí, Nahuel hablaba sobre deportes, Juan, sobre fauna y Nicolás sobre curiosidades de la base.

Además de algunas comidas, la vestimenta para los chicos/as que están en pleno crecimiento también fue un tema de atención en este año.

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“Bastian (11) pegó el estirón y le tuve que pasar mi jogging porque está casi a la misma altura mía, pero no pensé que se iba a estirar”, contó la madre.

Y Ariadna Berrardo, que invernó en la Antártida como tutora de nivel secundario junto a sus hijos y su marido, el teniente coronel y jefe saliente de base Esperanza, Gustavo Cordero Scandolo, dijo a Télam que “entre los 10 y 13 años pegan los estirones. Los míos crecieron casi 7 cm más”.

Si hay algo que reina en el “espíritu antártico” es que todos realizan diversas funciones para llevar adelante la base.

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Foto: Leo Vaca.

“Cuando terminamos las clases me saqué el guardapolvo y me prestaron un overol, hice mantenimiento, pinté, arreglé la escuela”, contó el esposo de la directora de la escuela y también docente de primaria y nivel inicial, David Antonio Ramírez.

El aprendizaje después de un año antártico es el de “valorar las cosas simples”: las charlas con la familia, una manzana, una naranja, una ducha de más de dos minutos, porque “cuando estás allá, se valoran ciertas cosas de las que no teníamos registro”, concluyeron.


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